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Ayer, el aspecto de mi cielo (todos tenemos derecho a tener nuestro cielo) era éste. La Luna pálida de agosto.
Hace algunos años, pasé muchas noches de muchos meses escribiendo, a golpe de buena música y mejor soledad, mi sexto libro «Calendario Definitivo de Jardín, Terraza y Huerto. Qué hacer, mes a mes»
En el libro, cada mes que trato, cuenta con unas primeras páginas de relato, de explicación acerca de cómo veo, qué significa ese mes para mi.
Cuando llegó agosto, no lo dudé: inmediatamente hice referencia a la película de Kenji Mizoguchi «Los cuentos de la luna pálida de agosto»

En ella se ponen al descubierto los sentimientos bajos y escondidos que todos tenemos, en forma de 2 orfebres que van a un pueblo cercano a vender sus productos, siendo tentados por la codicia, el ansia de poder y «algo indefinible», llámalo incluso amor, que los transforma y hace irreconocibles.
La peli es difícil y lentorra, pero el título…

No se puede definir mejor el estado, la presencia, lo que comunica esa luna de mediados de agosto, ya harta de pasar calor, ya harta de noches tan cortas que no ha podido lucir, tan pálida que rompe el corazón y confiere una inmensa ternura.
Ella, con esa tenue luz, permite que se embotonen las plantas de día corto, con el crisantemo (Chrysanthemum morifolium) a la cabeza. Permite que los arbustos tardíos, como el árbol de Júpiter (Lagerstroemia indica) estalle con sus flores de papel. Consigue las últimas maduraciones en la huerta y permite el arraigo de las plantaciones de otoño.
La luna pálida de agosto, la de ayer (hoy también disfrutable) es la que más toca el corazón, la que más invita a compartir con los amigos más íntimos… como vosotros.